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HISTORIAS

Cabalgando el océano

La velocidad sobre el agua, el viento en la cara, el cabello alborotado y el rugido del mar.

La naturaleza susurra en voz alta, y una nueva forma de entender el silencio llega para quedarse. Porque hay muchos sonidos a tu alrededor: el agua que se rompe, las velas que silban o el barco que danza. Pero todos se unen en armonía. Y a la sensación de ligereza y libertad se une a la sal en la cara, como una caricia viva del Mediterráneo.

Aquí, cabalgar el océano no es una metáfora. Es avanzar con el cuerpo inclinado y el alma abierta. Es sentirse parte de una fuerza que no podemos controlar, pero que envuelve. El agua rodea y transporta, haciendo que durante un rato solo existan el mar, el cielo y tú.

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Hay instantes en los que el mundo parece latir al mismo ritmo que las olas. Como cuando “cabalgas” a bordo de un velero, dejando atrás la línea de la costa para navegar libre entre acantilados y horizontes infinitos, y el tiempo se estira. Todo se ralentiza, todo se difumina, y la mente se vacía sin esfuerzo. Es entonces cuando entiendes que el silencio no es ausencia de sonido, sino plenitud.

O al navegar por el Cap de Creus mientras el viento cuenta historias antiguas y las rocas saludan con formas imposibles. El mar aquí no es solo paisaje: es compañía. Y la libertad, más que un concepto, es una sensación que se queda en la piel. Un diálogo sin palabras que te reconcilia con la esencia.

Con el salitre aún en los labios y los pensamientos en calma. Listos para volver a tierra. Quedando para siempre la huella de un momento vivido intensamente, en comunión con la naturaleza. Porque cabalgar el océano no es más que dejarse llevar por la fuerza salvaje y a la vez serena del mar. Y sentir, por unos instantes, que formas parte de su latido eterno.

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