Si decides ensartar carretera arriba, hacia los valles y cimas de los Pirineos, los paisajes se transforman en escenarios de altura: picos imponentes y pueblos de piedra que parecen congelados en el tiempo. El olor de la tierra húmeda y el silencio de los bosques crean un contraste perfecto con el azul del mar que dejas atrás.
Pero más allá de la belleza, está la conexión. Estas carreteras no solo te llevan a los rincones más auténticos, sino que te abren las puertas al mundo. Desde Barcelona, en poco más de una hora puedes sumergirte en este paraíso mediterráneo, y con Francia tan cerca, la Costa Brava y el Pirineo de Girona se convierten en un punto de encuentro privilegiado para viajeros de todo el mundo.
Dejarse llevar por la carretera aquí no es solo un trayecto, es un estado de ánimo. Es descubrir pequeños mercados en pueblos costeros, oler la sal en el aire mientras el sol se esconde tras las montañas, disfrutar de los viñedos que se extienden hasta el horizonte y sentir que el tiempo se dilata en cada parada inesperada.