
La Garrotxa es una de ellas. Una tierra de volcanes que oculta, bajo su exuberante vegetación, un pasado de fuego y magma, hoy convertido en un paisaje de una belleza singular.
Situada en un punto estratégico, entre el mar Mediterráneo y los Pirineos, la Garrotxa es una comarca que sorprende por su variedad. Aquí, la naturaleza se presenta en forma de hayedos misteriosos, senderos que se adentran en montañas y valles profundos, arroyos que atraviesan prados y riscos escarpados que recortan el horizonte. Y en el corazón de todo ello, los volcanes: más de cuarenta conos y coladas que dibujan un paisaje modelado por el tiempo y por su origen.
Caminar por estos parajes es descubrir sin esperarlo. Las formas suaves del terreno esconden, bajo capas de vegetación, su antigua y eruptiva naturaleza. Volcanes como el Croscat o el Santa Margarida, convertidos hoy en espacios accesibles y simbólicos, nos recuerdan la fuerza que dio forma a todo. Y cuando te das cuenta, cuando conectas lo que ves con lo que fue, sientes una gratitud extraña pero intensa: la de pisar una tierra que ha vivido profundas transformaciones y que hoy te invita a contemplarla sin prisas.
La Garrotxa es también tierra de cultura. Un territorio donde la huella del pasado convive con la creación contemporánea, con pueblos como Olot, que combinan arquitectura modernista, arte, naturaleza y un latido vital que te invita a quedarte un poco más. Desde aquí parten rutas como la de la vía Annia o el camino de Sadernes a Santa Bárbara, que permiten ver la comarca desde las alturas, como si fuera un mosaico viviente de piedra, bosque y memoria.
Descubrir la Garrotxa es entender que los paisajes pueden ser viejos y nuevos a la vez, y que su fuerza no solo proviene de lo que muestran, sino, aún más, de lo que esconden.