
HISTORIAS
Gola del Ter
Cuando se unen dos mundos
El río Ter, tras recorrer valles, llanuras y silencios, se rinde con serenidad a las aguas saladas, en un abrazo sin límites. En el horizonte, el mar ruge, abierto e infinito, como un viejo amigo que espera la llegada de un viajero cansado. Cerca, el río, pausado, parece respirar aliviado después de un largo camino.
Entre estas dos aguas, el mundo parece reinventarse. El agua dulce y el agua salada se mezclan sin prisas, dibujando tonalidades que cambian con la luz y movimientos que solo la naturaleza sabe orquestar. Es un lugar de opuestos que se atraen, de tensiones y armonías que conviven. De noche, la luna se refleja en las aguas serenas del río, mientras el mar murmura secretos que parecen venir de más allá del tiempo. De día, el sol se alza sobre el agua salada, encendiendo el horizonte con pinceladas doradas, y se despide sobre el agua dulce, tiñéndola con los colores de una melancólica despedida.
En la Gola del Ter hay una quietud que invita a escuchar, una calma que se instala dentro de ti. El viento trae el aroma del mar, mezclado con el de la tierra húmeda. Los pájaros se elevan, dibujando círculos en el cielo, como si danzaran en homenaje a esta unión de aguas y horizontes. Un lugar donde se puede sentir la fuerza de la naturaleza, pero también su serenidad.
Aquí, el río se entrega al mar, y tú te entregas al momento. Y en esa entrega, comprendes que la belleza de este río no reside en su final, sino en el milagro de su eterno comienzo.